– Hola, buenas, señor registrador, que venÃa a solicitar una nota simple de mi casa en Cuenca.
– A ver… ¿trae usted el Idufir?
– ¿Perdone? No sé de que me habla. Estoy angustiado porque quiero vender la casa y ustedes me piden más y más cosas…
– Oiga, no es culpa mÃa. Las cosas son como son. Necesita usted el Idufir. Búsquelo, caballero, y ya me dirá.
– Es usted un impertinente, señor registrador. Perdone que le diga.
– Caballero, deje paso al siguiente que tengo mucho trabajo y hay partido a las 7.
– Pero si estamos aquà en la cola decenas pidiendole a usted un poco de humanidad.
– Oiga, no me haga perder tiempo. Mi esfuerzo me costó consguir este puesto y no va usted ahora a amargarme más de lo que estoy. ¡El siguiente…!
Con 24 años, en el año 1979, en plena transición a la democracia en España, cuando la calle era un hervidero, en los cuarteles habÃa ruido de sables y unos cuantos se empeñaban en pactar la nueva arquitectura del Estado, Mariano Rajoy, hijo de juez gallego, aprobaba las oposiciones más grisáceas y más burocráticas: registrador de la propiedad. Si sirve como referencia, con esa edad Felipe González militaba en un Partido Socialista ilegal, teniendo que esconderse bajo nombre falso. A los 24 años, Zapatero era al menos profesor de Derecho Constitucional, y Obama estaba haciendo trabajos como activista social en Chicago.
Rajoy no ejerció no como registrador aunque hiciera la oposición en tiempo récord. Empezó a militar en Alianza Popular, el partido de Fraga, el que ubicaba a los franquistas. PodÃa haber decidido afiliarse a la UCD. Pero no: él se afilió y empezó pronto a hacer carrera polÃtica local en el partido más a la derecha.
El discurso del presidente del Gobierno el miércoles por la mañana en el debate del estado de la Nación fue un discurso de registrador de la propiedad, dicho sea con el respeto debido por tan honorable profesión. Aproximadamente tres cuartas partes dedicadas a la economÃa en términos incomprensibles para el ciudadano corriente. Una obsesiva referencia al «déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente» y a «las medidas para la expansión de la demanda interna». En lugar de denunciar a defraudadores y delincuentes fiscales, Rajoy dice que «se han aflorado bases fiscales». «Flexibilidad interna»Â o «empleabilidad» son los términos elegidos por Rajoy para explicar las supuestas bondades de la reforma laboral. «Se instrumentarán nuevos sistemas de garantÃas de avales», nos dice… Sólo unos cuantos nombres propios aparecen por ahà en el texto: cuatro o cinco grandes empresas extranjeras, cuatro o cinco burócratas europeos (van Rompuy, Barroso, Draghi), y un improbable «mariscal francés destinado en las colonias».
¿Por qué no utiliza Rajoy en su discurso las historias personales que suelen adornar los textos de los lÃderes mundiales más inspiradores? ¿Por qué este empeño en utilizar un lenguaje burocráctico, incomprensible, aburrido y tan poco inspirador? ¿Por qué esta ausencia tan clamorosa, en un momento trágico para España, de la Palabra con mayúscula? Probablemente por varias razones:
Primero, porque Rajoy es un registrador de la propiedad, no un lÃder. El liderazgo le ha venido después, por designación primero y por resignación después. En el PP todo el mundo sabe que Aznar nombró a Rajoy como sucesor porque pensaba que serÃa más controlable y leal que Rato. Rajoy no es un hombre audaz, sino prudente y resiliente. Rajoy es un corcho en el mar, un flotador, un percebe gallego que se agarra a la roca hasta que escampe la tormenta, como dijimos por aquÃ.
Segundo, porque España no tiene una historia reciente muy brillante en cuanto a textos polÃticos. Hay que remontarse al lenguaje arcaico de la República para encontrar algo (peligrosamente) vibrante. Desde la Transición a hoy no hay ni un solo texto relevante que guardar o enmarcar por su calidad retórica. Puede haber párrafos buenos, pero no textos Ãntegramente brillantes. Hay algunos jueguecitos, como el «puedo prometer y prometo» de Suárez o el «váyase, sr. González de Aznar», pero son minucias. En Francia o en Estados Unidos, en Alemania o en Chile o Perú, es relativamente fácil encontrar piezas retóricas excelentes. Quien en este momento está produciendo los mejores discursos del mundo son unos jóvenes escritores de discursos que en la Casa Blanca destilan los textos farragosos de los burócratas para convertirlos en piezas para la historia. Aquà hay unos antiguos burócratas que sirven al registrador unos textos aburridos y que el registrador se limita a leer sin mayor empeño. Fue asà con todos los presidentes del Gobierno hasta la fecha: eran esos burócratas antiguos, que casi siempre superaron en edad al presidente, quienes servÃan el texto al orador.
Tercero, por esa costumbre tan tonta en los debates del estado de la Nación, de guardarse los jueguecitos de esgrima para la tarde, cuando hay verdadero debate entre el presidente del Gobierno y el lÃder de la Oposición. Es ese juego de salón, esa microrretórica del «y tú más» o «ahà va ese puñetazo», el que permitió a Rajoy salir airoso. Mientras el Congreso de los Diputados era un fortÃn aislado literalmente de la calle - tuve que enseñar al policÃa una tarjeta de visita para llegar a mi despacho, que está a diez metros del parlamento – Rajoy sacudÃa a Rubalcaba con la consabida «usted no tienen ninguna credibilidad», o la frase letal «Yo no pido su dimisión: no me interesa».
Y cuarto, porque, no nos engañemos, a Rajoy no le hace demasiada falta la retórica inspiradora, con independencia de que no crea en ella. Rajoy, dije hace un año, es un registrador de la propiedad, pero su relato es el de un cirujano operando: «por Dios, señora, me tenÃa usted que haber traÃdo a su familiar antes, está hecho un desastre… veremos lo que puedo hacer…; no, no amputaré las piernas… vaya, hombre, tuve que amputarlas… lo siento. Pero está vivo, deberÃa darme las gracias». Por eso las repetidas metáforas médicas de Rajoy: «seres humanos que sufren», «diagnóstico certero para las terapias adecuadas», «el sistema financiero es el sistema circulatorio de nuestra economÃa…». Y por eso esas falaces afirmaciones huecas, pero impecables por ciertas: «Nos ha costado llegar hasta aquÃ, pero llegaremos al final». Vaya, gracias, presidente. «Ha costado mucho dolor, pero el barco no se ha hundido». ¿Hundirse? ¿Qué es hundirse, en el caso de un paÃs? «Nadie duda que España logrará salir adelante». Lo que quiera que signifique «salir adelante».
Rajoy lo ha confiado todo al ritmo incontrolable de los ciclos económicos, que no dependen fundamentalmente de él, sino de una decena de factores externos. Si la economÃa empieza a mejorar, y aún tiene dos años y medio por delante para que eso suceda, entonces aún tendremos que darle las gracias por haber salvado al enfermo, aunque con respiración asistida y sin piernas. Entonces el registrador de la propiedad nos dirá: «Â¿Ve usted, caballero? Cuando yo le pedÃa el Idufir sabÃa lo que decÃa. Esto es lo que hay, qué quiere que le diga. Yo no soy un sentimental, sino un registrador. Y me gané a pulso mi puesto. El siguiente…»