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Un curso hiperintensivo, abierto y de eficacia contrastada. Media training, comunicación de crisis y oratoria. Tres en Uno.

Eso es lo que hemos intentado ofrecer con este curso que ofrecemos en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en Santo Dominigo y en Bogotá (de momento). Un curso en el que los 20 asistentes, como mucho, harán prácticas de oratoria con prompter y con discursos reales y cinematográficos. Formarán parte de un comité de comunicación de crisis desde el que tendrán que resolver un caso completamente verosímil. Y serán sometidos a entrevista para aprender a manejar el puente y mantener la disciplina de mensaje.

Imposible quedar insatisfecho.

Aquí están las referencias:

http://www.asesoresdecomunicacionpublica.com/index.php/curso-3-en-1-comunicacion-de-verdad/

 

Los viernes en InfoLibre

Cada viernes publicaré un artículo en el nuevo diario InfoLibre. Desde la tramoya. Lo que no se ve o se disimula. Una visión del poder desde atrás o desde los lados. InfoLibre es un proyecto hiperinteresante en los tiempos que corren. No se financiará con «acuerdos editoriales» de nadie, ni con publicidad inflada en el precio para justificar buen trato. Será, hasta donde yo sé, el único medio realmente autónomo e indepediente en España. La participación del francés Mediapart, la dirección de Jesús Maraña, Manolo Rico y Javier Valenzuela, la colaboración de Juan Luis Cano, Toni Garrido, Juan Ramón Lucas, y tanta otra buena gente, son garantía.

El viernes pasado se publicó Lo que la izquierda europea puede aprender de Chávez.  Y el anterior, Semana de homenaje a Cantinflas, con un vídeo delicioso del cómico mexicano que no te puedes perder como metáfora de Cospedal.

Cómo inventamos recuerdos en función de nuestra ideología

Fotografía falsa para el experimento de Slate

Inventamos recuerdos. Los adaptamos a nuestros intereses. La memoria es selectiva y tremendamente caprichosa e imaginativa.

Hace algún tiempo la revista Slate hizo un experimento muy interesante sobre este asunto. Manipuló fotografías, por ejemplo, para que Obama apareciera saludando al presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, algo que nunca ha sucedido. Y así con otros acontecimientos inventados, que los pérfidos redactores de la revista mezclaron con otros que sí habían sido reales.

Pues bien, entre el 15 y el 35 por ciento de los encuestados recordaban el suceso, y un importante porcentaje decía que recordaba de hecho haberlo visto. La ideología influye: por ejemplo, eran más republicanos y menos demócratas los que «recordaban» haber visto el apretón de manos entre Obama y el iraní.

Si te interesa el asunto (y lees inglés), aquí puedes ver otras curiosidades sobre los falsos recuerdos, que son probablemente el sesgo más notable de la memoria, de los muchos que tiene.

Twitter no favorece la conversación sino el pandillerismo

Conversación en Twitter sobre armas

Por si tenían pocas, los ciberutópicos tienen aquí otra prueba más. No, Internet no favorece la conversación sosegada, ni el contraste de argumentos, ni el equilibrio en el juicio. Más bien podría estar favoreciedo la polarización de las opiniones.

Puesto que permite elegir la fuente de las informaciones que recibes, a quién seguir, qué leer, qué escuchar y qué ver, Internet favorece el refuerzo de las opiniones propias y no el contraste con las ajenas.

The Atlantic ofrece un ejemplo magnífico. Observa el gráfico de arriba, que dibuja los tuits de las cien cuentas más relevantes en un momento determinado, a propósito de la polémica sobre el control de las armas de fuego en Estados Unidos. Las líneas grises, en función del trazo y el tono más o menos oscuro, reflejan la fuerza de las relaciones entre unas cuentas y otras, sus seguidores y sus retuits.

El gráfico se explica solo. A la derecha, los defensores de la ausencia de controles, más numerosos y activos, se relacionan entre sí, se refuerzan entre sí, se siguen entre sí, se retuitean entre sí. Y a la izquiera, más débiles, y con Obama y la Casa Blanca en el centro, los favorables a un mayor control. Ellos hacen lo mismo. Se siguen y se escuchan a sí mismos. No hay prácticamente relación entre unos y otros.

Cuando ves un informativo de televisión, generalmente tienes primero una opinión y luego la otra. Con Twitter solo te enteras de los argumentos de los tuyos. Puede que Twitter favorezca la conversación, pero es una conversación endogámica, onanista, autorreferencial, cerrada. ¡Larga vida a las pandillas de Twitter!

DISFRUTA AQUÍ DEL GRÁFICO INTERACTIVO. OBSERVA LOS TUITS DE MÁS ÉXITO Y SU CIRCULACIÓN.

Cómo afectó lo que cuenta Argo a la presidencia de Carter

Argo ha ganado el Oscar a la mejor película en 2013. La película está basada en hechos reales, de manera bastante certera, según ha contando el propio presidente Carter, aunque él mismo diga que hay algunas incorrecciones, como la exageración del papel de los estadounidenses frente a los canadienses, que fueron los verdaderos cerebros de la imaginativa operación de evacuación de los funcionarios de la embajada de EE.UU.

En la película el presidente no aparece, pero el evento tuvo una repercusión muy positiva, aunque pasajera, en su reputación. Carter no tuvo nunca, excepto al principio de su mandato, una muy alta aprobación por parte de la opinión pública americana, pero el evento le reportó un aumento de 26 puntos, desde el 32% hasta el 58%. No está nada mal. De hecho, es uno de los fenómenos de rally round the flag o «cierre de filas» más notables de la historia presidencial reciente de Estados Unidos. Si sirve como comparación, en el mayor caso identificado desde los años 30, George Bush hijo tuvo un aumento de casi 40 puntos en su nivel de aprobación justo después de los ataques del 11 de Septiembre.

Véase la subida a finales de 1979 y la rápida amortización del efecto de rally.

Véase el subidón al principio de mandato, y el progresivo y largo deterioro

 

Rajoy, el registrador de la propiedad y su discurso

 

– Hola, buenas, señor registrador, que venía a solicitar una nota simple de mi casa en Cuenca.

– A ver… ¿trae usted el Idufir?

– ¿Perdone? No sé de que me habla. Estoy angustiado porque quiero vender la casa y ustedes me piden más y más cosas…

– Oiga, no es culpa mía. Las cosas son como son. Necesita usted el Idufir. Búsquelo, caballero, y ya me dirá.

– Es usted un impertinente, señor registrador. Perdone que le diga.

– Caballero, deje paso al siguiente que tengo mucho trabajo y hay partido a las 7.

– Pero si estamos aquí en la cola decenas pidiendole a usted un poco de humanidad.

– Oiga, no me haga perder tiempo. Mi esfuerzo me costó consguir este puesto y no va usted ahora a amargarme más de lo que estoy. ¡El siguiente…!

Con 24 años, en el año 1979, en plena transición a la democracia en España, cuando la calle era un hervidero, en los cuarteles había ruido de sables y unos cuantos se empeñaban en pactar la nueva arquitectura del Estado, Mariano Rajoy, hijo de juez gallego, aprobaba las oposiciones más grisáceas y más burocráticas: registrador de la propiedad. Si sirve como referencia, con esa edad Felipe González militaba en un Partido Socialista ilegal, teniendo que esconderse bajo nombre falso. A los 24 años, Zapatero era al menos profesor de Derecho Constitucional, y Obama estaba haciendo trabajos como activista social en Chicago.

Rajoy no ejerció no como registrador aunque hiciera la oposición en tiempo récord. Empezó a militar en Alianza Popular, el partido de Fraga, el que ubicaba a los franquistas. Podía haber decidido afiliarse a la UCD. Pero no: él se afilió y empezó pronto a hacer carrera política local en el partido más a la derecha.

El discurso del presidente del Gobierno el miércoles por la mañana en el debate del estado de la Nación fue un discurso de registrador de la propiedad, dicho sea con el respeto debido por tan honorable profesión. Aproximadamente tres cuartas partes dedicadas a la economía en términos incomprensibles para el ciudadano corriente. Una obsesiva referencia al «déficit de la balanza de pagos  por cuenta corriente» y a «las medidas para la expansión de la demanda interna». En lugar de denunciar a defraudadores y delincuentes fiscales, Rajoy dice que «se han aflorado bases fiscales». «Flexibilidad interna»Â o «empleabilidad» son los términos elegidos por Rajoy para explicar las supuestas bondades de la reforma laboral.  «Se instrumentarán nuevos sistemas de garantías de avales», nos dice… Sólo unos cuantos nombres propios aparecen por ahí en el texto: cuatro o cinco grandes empresas extranjeras, cuatro o cinco burócratas europeos (van Rompuy, Barroso, Draghi), y un improbable «mariscal francés destinado en las colonias».

¿Por qué no utiliza Rajoy en su discurso las historias personales que suelen adornar los textos de los líderes mundiales más inspiradores? ¿Por qué este empeño en utilizar un lenguaje burocráctico, incomprensible, aburrido y tan poco inspirador? ¿Por qué esta ausencia tan clamorosa, en un momento trágico para España, de la Palabra con mayúscula? Probablemente por varias razones:

Primero, porque Rajoy es un registrador de la propiedad, no un líder. El liderazgo le ha venido después, por designación primero y por resignación después. En el PP todo el mundo sabe que Aznar nombró a Rajoy como sucesor porque pensaba que sería más controlable y leal que Rato. Rajoy no es un hombre audaz, sino prudente y resiliente. Rajoy es un corcho en el mar, un flotador, un percebe gallego que se agarra a la roca hasta que escampe la tormenta, como dijimos por aquí.

Segundo, porque España no tiene una historia reciente muy brillante en cuanto a textos políticos. Hay que remontarse al lenguaje arcaico de la República para encontrar algo (peligrosamente) vibrante. Desde la Transición a hoy no hay ni un solo texto relevante que guardar o enmarcar por su calidad retórica. Puede haber párrafos buenos, pero no textos íntegramente brillantes. Hay algunos jueguecitos, como el «puedo prometer y prometo» de Suárez o el «váyase, sr. González de Aznar», pero son minucias. En Francia o en Estados Unidos, en Alemania o en Chile o Perú, es relativamente fácil encontrar piezas retóricas excelentes. Quien en este momento está produciendo los mejores discursos del mundo son unos jóvenes escritores de discursos que en la Casa Blanca destilan los textos farragosos de los burócratas para convertirlos en piezas para la historia. Aquí hay unos antiguos burócratas que sirven al registrador unos textos aburridos y que el registrador se limita a leer sin mayor empeño. Fue así con todos los presidentes del Gobierno hasta la fecha: eran esos burócratas antiguos, que casi siempre superaron en edad al presidente, quienes servían el texto al orador.

Tercero, por esa costumbre tan tonta en los debates del estado de la Nación, de guardarse los jueguecitos de esgrima para la tarde, cuando hay verdadero debate entre el presidente del Gobierno y el líder de la Oposición. Es ese juego de salón, esa microrretórica del «y tú más» o «ahí va ese puñetazo», el que permitió a Rajoy salir airoso. Mientras el Congreso de los Diputados era un fortín aislado literalmente de la calle - tuve que enseñar al policía una tarjeta de visita para llegar a mi despacho, que está a diez metros del parlamento – Rajoy sacudía a Rubalcaba con la consabida «usted no tienen ninguna credibilidad», o la frase letal «Yo no pido su dimisión: no me interesa».

Y cuarto, porque, no nos engañemos, a Rajoy no le hace demasiada falta la retórica inspiradora, con independencia de que no crea en ella. Rajoy, dije hace un año, es un registrador de la propiedad, pero su relato es el de un cirujano operando: «por Dios, señora, me tenía usted que haber traído a su familiar antes, está hecho un desastre… veremos lo que puedo hacer…; no, no amputaré las piernas… vaya, hombre, tuve que amputarlas… lo siento. Pero está vivo, debería darme las gracias». Por eso las repetidas metáforas médicas de Rajoy: «seres humanos que sufren», «diagnóstico certero para las terapias adecuadas», «el sistema financiero es el sistema circulatorio de nuestra economía…». Y por eso esas falaces afirmaciones huecas, pero impecables por ciertas: «Nos ha costado llegar hasta aquí, pero llegaremos al final». Vaya, gracias, presidente. «Ha costado mucho dolor, pero el barco no se ha hundido». ¿Hundirse? ¿Qué es hundirse, en el caso de un país? «Nadie duda que España logrará salir adelante». Lo que quiera que signifique «salir adelante».

Rajoy lo ha confiado todo al ritmo incontrolable de los ciclos económicos, que no dependen fundamentalmente de él, sino de una decena de factores externos. Si la economía empieza a mejorar, y aún tiene dos años y medio por delante para que eso suceda, entonces aún tendremos que darle las gracias por haber salvado al enfermo, aunque con respiración asistida y sin piernas. Entonces el registrador de la propiedad nos dirá: «Â¿Ve usted, caballero? Cuando yo le pedía el Idufir sabía lo que decía. Esto es lo que hay, qué quiere que le diga. Yo no soy un sentimental, sino un registrador. Y me gané a pulso mi puesto. El siguiente…»

Obama, OBJETIVAMENTE más asertivo (y el sorbo de agua de Marco Rubio)

Sus seguidores lo han estado esperando largo tiempo. En su primera legislatura Obama era frecuentemente criticado por condescender demasiado, ofrecer resultados muy matizados, negociar en exceso. Las bases progresistas de Estados Unidos, representadas en organizaciones muy potentes, como MoveOn.org o el Center for American Progress, sufrían, de manera más o menos silenciosa, esa posición aparentemente complaciente de aquel ya lejano candidato de la esperanza y el cambio que parecía omnipotente en campaña.

Después de cuatro años con «victorias» percibidas por la ciudadanía como contundentes (como la eliminación de Bin Laden), medianas (como la tímida recuperación de la economía o la reforma del sistema de salud), o alternativamente acontecimientos vistos como simples fracasos (como la incapacidad para limitar la posesión de armas o para cerrar Guantánamo), hoy el presidente de Estados Unidos se presenta con nuevos bríos, más asertivo y contundente.

No es solo una suposición o una opinión, aunque de estas hay muchas. Es también un hecho objetivo. El presidente de Estados Unidos utilizó un lenguaje más asertivo y más contundente tanto en el debate del estado de la Unión del pasado martes, como ya lo había hecho en su discurso de toma de posesión. Es un hecho objetivo porque la asertividad de un discurso se puede medir: con una compleja codificación, el ordenador puede calcular la asertividad de un texto distinguiendo las palabras complejas y ambivalentes, de aquellas que son simples y contundentes. Y pueden también medir la frecuencia de verbos y tiempos verbales que resultan más asertivos.

El profesor Stephen Benedict Dyson ha hecho exactamente eso y ha presentado conclusiones. El resultado es claro: Obama estuvo más asertivo tanto en la apertura de su segunda legislatura como en el debate anual del estado de la Unión. Todo hace pensar que el prudente, negociador y contemporizador Obama de los primeros años, ha decidido, ahora que ya no tiene que luchar por los votos, convertirse en un presidente más nítidamente progresista, más resolutivo y que deje más huella en la Historia.

Obama recibe el aplauso de todos puestos en pie

Obama recibe el aplauso de todos puestos en pie, foto oficial de la Casa Blanca.

Por lo demás, esa liturgia de unidad en que se ha convertido el debate del Estado de la Unión es reflejo de la enorme fuerza que en Estados Unidos tienen los símbolos del patriotismo, por encima de las querellas partidistas. El presidente entra en el hemiciclo del Capitolio arropado por los aplausos de todos los representantes y senadores e invitados. Todos: de la derecha y de la izquierda, puestos en pie, aunque luego hagan una feroz oposición al presidente. Como se afirma, erróneamente, que Roosevelt dijo de Somoza: «Este será un hijoputa, pero es NUESTRO hijoputa». Nadie contesta al presidente, ni siquiera le interrumpen. Sencillamente le escuchan. Es el jefe del Estado. (Nota importante: el jefe del Estado en países como España no es Rajoy sino el rey, por supuesto, por lo que las comparaciones hay que hacerlas con cuidado…).

A la liturgia de la unidad se le añaden las palabras del discurso del Obama «storyteller» (que pueden analizarse aquí con una magnífica presentación del New York Times). Una vez más, la épica y la lírica de Obama es una sucesión de historias personales, de carne y hueso: aparecen por el texto soldados uniformados defendiendo la bandera estaodunidense, empresas que funcionan con sus motores a pleno rendimiento (Obama cita por su nombre a Ford, Intel, Apple…), la joven Hadiya Pendleton de 15 años, majorette en su escuela hasta que es asesinada «a una milla de mi propia casa en Chicago» – dice Obama… Buen estreno, más que digno, del nuevo chief speechwriter de la Casa Blanca, el joven Cody Keenan, que sustituye al brillante Jon Favreau, que se va a Hollywood a hacer guiones para el cine, ni más ni menos. La Casa Blanca no tiene ningún problema en ofrecer al mundo un vídeo interesantísimo, en el que se ve el arduo proceso de producción de ese discurso emblemático:

Este despliegue simbólico de fuerza, unidad, épica, retórica (y en el caso de Obama, progreso, avance y cambio), ha contrastado necesariamente con la pobreza de la réplica que ha ofrecido Marco Rubio desde el lado conservador. Esas réplicas no tienen en realidad mucha importancia. Se instauraron en 1966 y son simplemente un discurso televisado, sin audiencia, que ofrece la respuesta política de la oposición, que aprovecha la ocasión para lanzar o reforzar a alguna de las estrellas supuestamente prometedoras del momento. En esta ocasión, se trató del senador hispano Rubio, esperanza de los republicanos. El llamado «Obama latino» u «Obama republicano»; por su juventud, su pertenencia a una minoría étnica y su claridad en los principios. Que diera su discurso en español no es una novedad: ya ha habido versiones españolas de la réplica en el pasado. Pero sí ha sido una lamentable novedad ese traicionero trago de agua acelerado, agustioso e infantil, que ha dado la vuelta al mundo y que ha permitido a alguien decir que «los republicanos se muestran demasiado sedientos de poder». Aunque el gesto en sí no tenga la menor importancia, desde luego traslada la imagen de un partido republicano empequeñecido, débil, torpón, frente a un presidente agrandado por la fuerza de los símbolos y de las palabras.

«Omnipotencia temporal, o cómo incluso el papa puede convocar elecciones estratégicamente»

Este es el título de un post que leo en The Monkey Cage, y que no podría escribir mejor que sus autores, por lo que me limito a traducirlo aquí. La tesis es sencilla: el estado de ánimo del afectado, su salud, etc. tienen sin duda un papel en la decisión de Ratzinger. Pero también hay componentes estratégicas bastante prosaicas. Lo escriben los politólogos Forrest Maltzman y Melissa Schwartzberg, coautores con Lee Sigelman de Vox Populi, Vox Dei, Vox Sagittae. En concreto, dicen los autores, el papa puede haber entendido el valor de una buena planificación electoral, tal como les pasa a los primeros ministros o los presidentes en los regímenes parlamentarios. Y podría haber cambiado las normas electorales para que desde marzo, salga sucesor quien él determine. Aquí va el texto en español:

*****

En 1996 el papa Juan Pablo II cambió las normas de votación que habían marcado la sucesión papal desde 1179. Después de 33 o 34 rondas de votación, saldría elegido el candidato que tuviera mayoría simple, y no mayoría de dos tercios como se exigía antes del cambio de norma. La causa de esta decisión sigue siendo misteriosa. En un trabajo conjunto con Lee Sigelman, sin embargo, especulábamos que la implicación de Kenneth Arrow en la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, podría tener que ver con el diseño de una norma que rompe la tradición de las llamadas «mayorías encíclicas», para reducir la probabilidad de una parálisis en la decisión.

Aunque en 1997 se sumó Partha Dasgupta a la Academia Pontificia, y eso podría haber reforzado esa defensa del sistema mayoritario en los cónclaves, en 2007 el papa Benedicto XVI revertió la decisión y volvió a las normas fijadas por el Tercer Concilio Lateranense de 1179. Aquel año de 2007, un portavoz del papa Benedicto XVI afirmó que la razón para el cambio era el deseo de “garantizar el más amplio consenso posible» en la elección del nuevo papa. La preocupación sobre la amenaza que las discrepancias entre los falibles electores podría suponer para el consenso en la elección había ocasionado a lo largo de la historia cambios en las normas electorales. El Canon 1, Licet de Evitanda, del Tercer Concilio Laternanense de 1179 señalaba que el motivo para reducir el margen del voto desde la unanimidad hasta la mayoría de dos tercios era evitar las intenciones de “algunos enemigos que siembran la cizaña”, por su maldad o su ambición.

Se ha especulado sobre un posible motivo del papa Benedicto para ampliar la exigencia de voto: que podría preocuparle que quienes apoyan a un candidato con mayoría pequeña en las primeras rondas no tuvieran incentivo para capitular o para ceder apoyos, lo que llevaría inevitablemente a cónclaves eternos y a exacerbar lo que Lee denominó la «política de fisión» de la Iglesia.

Es muy probable que éste sea el caso, aunque es difícil justificar que el desafío de lograr el consenso, dada la existencia de desacuerdos, se remedia mejor con una regla que permite que dos tercios más uno de los cardenales puedan vetar una elección, que una norma que permita vetar con sólo una mayoría de mitad más uno. Es posible que un umbral de voto mayor pudiera animar a los cardenales electores a ponerse de acuerdo mejor que a bloquear, pero también podría ser que la posibilidad de bloqueo persistiera. Una vez logrado, sin embargo – y el voto en el cónclave es famoso por su secretismo – es cierto que el voto alcanzado por una supermayoría indica un grado de acuerdo mayor que el que indicaría una mayoría menor, sin bien un largo cónclave debilitaría esa señal.

Admitimos que no tenemos una relación personal con el papa, sus cardenales, o incluso con algún mayordomo que esté dispuesto a compartir los secretos vaticanos. Sin embargo, resulta esclarecedor mirar la distribución de los nombramientos más recientes de cardenales desde la perspectiva de un posible veto. A la vista de esos nombramientos, es evidente que el papa tiene más capacidad de influencia en la elección de su sucesor bajo una mayoría de dos tercios que bajo una mayoría simple, simplemente por efecto del número más pequeño de votos necesario para vetar otras propuestas.

En febrero de 2012, el papa Benedicto nombró a 22 nuevos cardenales, 18 de los cuales son electores. En aquel momento, los nombramientos llamaron la atención por la medida en que se separaron de la tendencia internacionalista promovida por Juan Pablo II. Los nombramientos de febrero elevaron la proporción de cardenales procedentes del propio vaticano desde un tercio hasta el 35 por ciento (44 de 125 electores). Para sorpresa de muchos observadores, Benedicto XVI nombró también en noviembre a otros seis cardenales, y lo hizo ostensiblemente para afirmar que «la iglesia es una iglesia de todos los pueblos y habla todas las lenguas». Había pasado un siglo desde que en un mismo año se eligieran cardenales dos veces, y era espacialmente raro teniendo en cuanta la cantidad de vacantes que se esperaban para 2013. El 28 de febrero, habrá 117 cardenales electores, 67 de los cuales han sido nombrados por Benedicto XVI. De los 117, 61 son europeos y 38 – precisamente justo un tercio – son miembros actuales o antiguos de la Curia romana, del Vaticano. Un miembro antiguo de la Curia, Walter Kasper, cumplirá 80 años el 5 de marzo, quedando fuera de la elección por edad.

¿Podría ser entonces que el calendario de salida de Benedicto estuviera afectado por sus preocupaciones sobre los votos que tendría que conseguir para su sucesión? De nuevo, no tenemos suficiente conocimiento para afirmar tal cosa sin dudar, pero es más que posible que la elección de su sucesor fuera un factor en su toma de decisiones. Y es posible que, bien la luz divina o la pura estrategia, llevaran al papa a pensar en 2007 que cambiar las normas podría ser crucial para que la Curia romana tuviera la última palabra.

Rosell: los funcionarios son los policías que te protegen, los médicos que te cuidan y los maestros que te enseñan

Funcionarios trabajando

Juan Rosell, sucesor del presunto delincuente Díaz Ferrán al mando de la patronal española, dijo ayer y ha ratificado hoy, que sobran funcionarios, quizá, dice, 300 o 400.000. Y que  “a lo mejor, es mejor ponerles un subsidio a que estén en la Administración consumiendo papel, consumiendo teléfono y tratando de crear leyes. Eso tiene un coste tremendo”.

Es un problema de framing, de enmarcado, en el que los conservadores llevan mil kilómetros de ventaja. Dices «funcionario» y la gente piensa en un señor o una señora que se va a desayunar a las 10 de la mañana y vuelve a las 11. Ya esa percepción es penosa, porque la inmensa mayoría de los funcionarios y funcionarias «de mesa en oficina de la Administración» no se ajusta a ese arquetipo. O al menos no más que los trabajadores de cualquier multinacional o de las empresas de Rosell, por poner ejemplos al azar.

Pero, además, el lenguaje común integra una trampa letal para aquellos que creemos que la función pública y el papel del Estado deben ser preservados frente a este ataque consciente, continuo y bastante sutil, por parte de los conservadores. La trampa es que, en un país como España, aproximadamente el 80 por ciento de los funcionarios están en las categorías de servicio público más visibles y contundentes: son médicos, profesores, policías, militares, científicos…

Anticipo aquí un extracto del libro Frases como puños, que publicará en breve Edhasa, y que explicará el efecto del framing en las opiniones de las personas, y cómo los progresistas están perdiendo la batalla por el lenguaje.

 

Un Estado cercano, que protege y sirve

Una sociedad compuesta de una polvareda de individuos desorganizados que un Estado hipertrofiado se esfuerza en encerrar y retener, constituye una auténtica monstruosidad sociológica. La actividad colectiva es siempre muy compleja para que pueda expresarse por el solo y único órgano del Estado; además, el Estado está muy lejos de los individuos, tiene con ellos relaciones muy externas e intermitentes para que le sea posible penetrar bien dentro de las conciencias individuales y socializarlas interiormente.

Emile Durkheim

Podemos imaginar al Estado como una comunidad de vecinos bien avenidos que comparten gastos comunes: el conserje protege la puerta, el jardinero cuida de las plantas, si algo se estropea la hucha común paga al técnico que lo repara. Las decisiones colectivas se votan en las reuniones y se acata la posición de la mayoría. En esta visión amable de la comunidad, los vecinos están de acuerdo con pagar su cuota porque saben qué servicios tienen garantizados. Esta metáfora se corresponde con la evocación de un Estado de médicos que nos curan, maestros que enseñan a nuestros hijos y policías y militares que nos protegen. La inmensa mayoría de la población vive cómoda con esa idea típicamente progresista del Estado y con esa idea de la función pública.

En cualquier caso, el Estado se imagina con mucha frecuencia desde la óptica conservadora y con frecuencia los progresistas no han hecho nada por evitarlo o incluso lo han fomentado. El Estado puede ser imaginado como una maquinaria burocrática y despilfarradora alejada de los ciudadanos a los que se supone que sirve. Una función pública abstracta, desconocida, incomprensible para la mayoría. Es muy probable que cuando se dice «funcionario», la mayoría de la gente piense en un señor en un edificio administrativo lleno de papeles, probablemente laxo en sus costumbres laborales y mejor pagado comparativamente que la media de los trabajadores de otros sectores privados. Aunque la mayoría de los funcionarios en casi toda Europa son  profesores de la enseñanza pública o concertada (en España casi medio millón), militares (83 000), policías (70 000) o médicos (200 000), el concepto funcionario ha sido enmarcado negativamente, suscitando en la población reservas muy graves:

Si dices a los españoles:

«Está bien pagar más impuestos, si eso significa tener más servidores públicos tales como profesores, médicos o científicos«, el 75 por ciento está de acuerdo.

 Pero si dices a esos mismos españoles:

«Está bien pagar más impuestos, si eso significa tener más funcionarios«, sólo el 21 por ciento está de acuerdo.

Cuando decimos «funcionario» evocamos de forma inmediata imágenes bien distintas de aquellas que suscitamos cuando personalizamos el servicio público en las tareas del cuidado médico o la educación, la persecución del delito o la protección de los nuestros. De nuevo, el efecto del enmarcado es notable: si se plantea que nuestros impuestos serán utilizados para la  contratación de unos lejanos y abstractos funcionarios, entonces se refuerza el arquetipo menos amable de la Administración pública: una burocracia gigante, poco eficaz y derrochadora. Y al contrario: si se presenta como destino de nuestros impuestos la contratación de unos cercanos servidores públicos que vigilan nuestra seguridad, juzgan a los delincuentes, previenen y curan nuestras enfermedades, investigan para nosotros o educan a nuestros niños, entonces aflora el lado más amable del Estado.

Una comunicación progresista que ponga en valor el sentido del Estado debería reforzar la idea de una entidad que eduque, proteja y sane a sus ciudadanos, frente a la metáfora de una maquinaria burocrática y voraz que abusa de ellos. Resulta curioso, por otro lado, que en esto no haya diferencias muy notables entre los conservadores y los progresistas.

Cuatro errores que está cometiendo Rajoy

No tengo – probablemente nadie la tiene – toda la información que permitiría acertar de pleno en la comunicación del turbio asunto de los papeles de Bárcenas. Puedo imaginarme el trajín de presencias, llamadas y encuentros discretos de abogados, ministros, cuadros del Partido, asesores más o menos repentinos, que caóticamente se estará produciendo en el entorno de la calle Génova de Madrid. Lamentablemente para el atosigado y siempre flemático presidente del Gobierno, estas situaciones se abordan con una reunión permanente de los afectados hasta que se define una estrategia minuciosa, a corto, medio y largo plazo.

Pero cuando eres presidente del Gobierno tienes que gobernar, y cuando además de ser secretaria general del partido eres también presidenta de una Comunidad Autónoma, entonces el vacío de autoridad se acentúa todavía más. La gente piensa que en Moncloa y en Ferraz o en Génova hay una maquinaria exquisita de trabajo en equipo, pero es exactamente lo contrario. Cuando hay problemas, lo más frecuente es que se extiendan entre los cuadros la depresión, el silencio, el rumor y la soledad. O el jefe se muestra decidido, audaz, comprometido en tiempo y actitud hacia la solución de la crisis, o el resto del equipo sencillamente se desvincula de la solución. Si además, como me consta que sucede, la gente del Gabinete del presidente en el edificio de Semillas va por un lado, y la de la Secretaría de Estado de Comunicación cien metros más allá va por otro, entonces la soledad es aún más grave. No me imagino a Rajoy abordando el problema con la autoridad, las ganas y el carisma de un líder trabajando en equipo, sino más bien con la actitud, con perdón, de un percebe que se agarra a la roca hasta que amaine el oleaje, como ya dijimos por aquí, mientras el resto de su equipo va cada uno a lo suyo.

Y así es como nos encontramos con un presidente enrocado en la «estrategia Checkers» (por el nombre del perrito del presidente Nixon): «soy un buen hombre, mi partido es honrado, y soy simple y llanamente víctima de una conspiración». Pero esa estrategia tiene varios problemas en su caso:

Si Rajoy no tiene un repoker de ases, o si sus enemigos tienen una mano superior, perderá la partida

Rajoy juega como si tuviera un repoker de ases. Cuando juegas al poker, tu jugada depende también de la mano de tu adversario. Puedes apostarlo todo, sin problema, si tienes la mejor jugada posible. En este caso, por ejemplo, que sea todo falso. O casi todo. En realidad bastaría que hubiera una decena de apuntes falsos en esos papeles de Bárcenas para que el PP pudiera invalidar toda la jugada del adversario. Se atribuye a algún Kennedy la frase «La política es como las matemáticas: o está todo bien o está todo mal». Eso vale para Bárcenas y su maléfico entorno, pero también para Rajoy. Si en las próximas semanas tenemos nuevos papeles, nuevos apuntes, nuevos detalles, Rajoy podría recibir la estocada final.

En crisis, mejor un solo enemigo

Rajoy juega contra todos. Floriano hizo un flaco favor a su partido el lunes, anunciando querellas y denuncias «contra todos»Â . Esos «todos» son «personas o grupos de personas» que hayan «atribuido actuaciones irregulares al PP, que las hayan filtrado, o que las hayan publicado». No tiene sentido. Demasidos enemigos. Una buena estrategia de comunicación de crisis elige bien a un único enemigo. Alguien debería haber convocado a un centenar de ciudadanos y ciudadanas a plantarse en Génova con carteles acusatorios y nombre y dni debajo, para desafiar a Floriano a que pusiera cien querellas. Rajoy y el PP tienen en frente, además, a los dos principales diarios nacionales, El País y El Mundo, que han econtrado una curiosa y novedosa confluencia de intereses, y que ha frenado, por cierto, el descenso de sus ventas de papel. Hace falta mirar muchos años atrás para encontrar a ambos periódicos sobre el mismo tema, aunque El Mundo lo equilibre un poco con informaciones sobre los eres de la Junta de Andalucía. Añádase la entrada de la pintoresca Esperanza Aguirre, lanzando pullas a Rajoy con esa sorna populista tan característica: «Rajoy ha empeñado su palabra», que Ana Mato dimita «es una decisión personal», hace falta en España una «regeneración democrática», congreso extraordinario del partido no, pero sólo «por el momento».

Demasiado «cantinfleo»

«Salvo alguna cosa…» y «no sé ni lo que he dicho». Si se ve el vídeo con un poco de cuidado, se observa que el presidente del Gobierno tiene un simple desliz cuando afirmó el lunes que «No es cierto (lo que se ha publicado), salvo alguna cosa que se ha publicado». Pero es un desliz imperdonable, incluso para un alumno de primer curso de comunicación. A eso algunos lo llamamos «cantinflear«, como homenaje al gran cómico mexicano. En una situación de crisis es imprescindible huir de las ambigüedades como de la peste. No vale el «por si acaso» ni el «puede haber excepciones» ni el «sí pero no». En comunicación de crisis se afirma sólo lo que se sabe y se puede explicar, y lo que no se sabe o no se puede explicar, no se dice ni se insinúa. La contradicciones no terminan ahí, claro. Unos apuntes se confirman pero otros no. Hubo o no hubo amnistía fiscal para Bárcenas. Bárcenas es malo y me querello, o no tanto y es una víctima como los demás. Sepúlveda es «otra persona», como le describe Mato, pero es un empleado que aún cobra del PP… La directora de la Agencia Tributaria, hablando del asunto de la amnistía fiscal a Bárcenas, termina el jueves de añadir su propia dosis de lío al decir ni más ni menos, sin querer y a micrófono abierto, un penoso: «no sé ni lo que he dicho» y que lo que ha dicho podría ser «cualquier barbaridad».

Aznar sacando su impecable peineta a un grupo de estudiantes

La arrogancia, el peor pecado. La gente podría con el tiempo perdonar casi todo, pero ese tono arrogante que es un clásico del PP en casos de crisis (recordemos Gescartera, el Prestige, la Guerra de Irak, el 11M) se está convirtiendo en una rémora de este partido antipático heredero de Fraga y Aznar. Montoro puso la guinda en ese papel el miércoles, con una intervención chusquera en la sesión de control en el Senado. Pero antes estuvieron el mencionado Floriano o el rechazo de un pleno en el parlamento. La ministra Mato, al menos, está resultando más humilde en sus presencias, y aunque su situación es ya muy precaria, al menos mantiene un tono agradable y se muestra dispuesta a dar explicaciones (en su caso más fáciles porque todo el mundo la imagina sin hablarse con esa «otra persona» que es su ex-marido). Mariano Rajoy podría mirarse también en el espejo de Mas, que ha estado más afortunado en  su propia crisis. Acosado por casos bastante evidentes de corrupción, prefiere escenificar su compromiso montando una «cumbre contra la corrupción», con implicación de los tres poderes. La prensa del día siguiente al menos le reconoce el propósito de enmienda y agradece que no haya rechazado preguntas en su explicación pública.