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Es probable que ya hayas ganado o perdido antes de empezar a debatir

En función de cuáles son las expectativas, así se ve todo. Un libro muy recomendable publicado hace poco revisa la psicología de las expectativas y su impacto en la vida cotidiana. Se llama Mind Over Mind, the Surprising Power of Expectations. De las expectativas también depende en cierta medida cómo se ve a los contendientes en un debate electoral.

Escribí sobre esta cuestión, y en particular sobre el debate electoral en España entre Rajoy y Rubalcaba en 2011. El texto forma parte del libro Debate del debate, 2011, una publicación gratuita de la Academia de la Televisión española y de la Universidad Rey Juan Carlos, presentado recientemente.

Según me dice Manuel Campo Vidal, estará en Internet disponible en breve. Este es el capítulo breve que me correspondió a mi:

 

 

 

“Es probable que ya hayas ganado o perdido antes de empezar a debatir” El contexto previo del debate y la predisposición de la audiencia

Capítulo del libro Debate del debate 2011 de la Academia de la Televisión y de la Universidad Rey Juan Carlos.

 

He preparado un par de decenas de debates televisados y siento mucho decepcionar a los racionalistas con esta mala noticia: por muy bien que lo haga tu candidato, por extraordinarios que sean sus argumentos y minuciosamente preparadas sus “espontáneas” intervenciones, antes de empezar el debate ya sabemos con mucha probabilidad quién va a ganar y quién va a perder. Este hecho hunde sus raíces en el caprichoso cerebro del ser humano, la insidiosa presencia de las predisposiciones ideológicas en buena parte de la audiencia, y la instantánea entrada en juego de los comentaristas que dirigen la opinión de la mayoría. Vamos por partes.

Pese a lo que aún creen los teóricos de la democracia deliberativa, aún enganchados al mito de la Ilustración del siglo XVIII, los seres humanos no estudiamos las minucias de la realidad política para deducir de ella nuestras opiniones. No estudiamos los argumentos de unos y otros y elaboramos nuestra propia opinión a partir de ellos. No vemos primero y luego creemos. Es más bien al contrario: primero creemos y luego, en función de nuestras creencias, así vemos. En ese sentido sí somos muy “racionales”: en lugar de estudiar todas las posibles alternativas a los infinitos problemas que enfrentamos, descansamos en el criterio de los expertos, nos fiamos de lo que nos dicen los líderes de opinión que preferimos, tendemos a buscar las opiniones que refuerzan lo que ya sabemos y a despreciar las opiniones que nos contradicen, y nos dejamos llevar por la intuición, que requiere menor gasto de energía porque es más rápida.

Nuestra cabeza, para que la vida resulte más cómoda, desprecia lo que contradice nuestras creencias y sobrevalora lo que las confirma. Los psicólogos lo llaman desde hace medio siglo “disonancia cognitiva.” De manera que cuando un espectador conservador ve un debate presidencial con su candidato enfrentándose al candidato progresista, todo lo que diga el primero será escuchado con extraordinaria generosidad, y todo lo que diga el segundo será puesto en cuestión de forma inmediata. Eso nos permite anticipar ya, a la luz de las encuestas previas, cuánta gente tenderá a decir que ha ganado uno u otro candidato o candidata, incluso antes de que el debate se produzca.

Por supuesto, puesto que no todo el mundo es conservador o progresista y suele haber en torno a un 20 por ciento de la población (el porcentaje es poco fiable, depende mucho del momento y el lugar, pero sirve para hacerse una idea) que anda realmente indecisa sobre su participación en las elecciones, un debate puede resultar decisivo en algunos casos en el resultado electoral. Pero que un debate sea decisivo no quiere decir que haya producido un vuelco de opinión repentino. Tal cosa no ha sucedido nunca hasta la fecha. Quizá algún día descubramos gracias a un debate que un candidato es un pederasta y veamos cómo el candidato lo reconoce en directo y eso cambie de pronto la intención de voto en 180 grados, pero eso, ya digo, no ha sucedido nunca hasta donde a mi me alcanza la memoria. Si un candidato se atreve a agredir por sorpresa a su contrincante sobre un asunto revelador, lo que suele suceder es que los seguidores de éste último reaccionan victimizándose y reforzando su apoyo al “agredido”: algo parecido le sucedió al candidato al Ayuntamiento de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, cuando el candidato socialista apeló implícitamente a una relación personal extramatrimonial. Lo que sí puede pasar es que estando los dos candidatos muy parejos en sus expectativas de voto, el debate pueda decantar a un pequeño porcentaje de la población, quizá un uno o un dos por ciento, y eso sea suficiente para generar un resultado electoral dudoso o incluso imprevisto. Así pasó con el famoso debate primigenio Nixon – Kennedy, gracias al cual éste obtuvo el puñado de votos que le permitió ganar. O así pudo suceder con el segundo debate González – Aznar, que el presidente ganó impidiendo probablemente una victoria del segundo que parecía inevitable.

Un debate electoral televisado, en fin, no es una comparecencia de dos o más candidatos ante una audiencia que juzga con neutralidad y asepsia. Es un espectáculo televisivo ofrecido a gente que se planta frente a la televisión con su mochila llena de prejuicios, creencias previas y sesgos de todo tipo, y sin ninguna intención de despojarse de esa pesada carga que tanto altera el juicio frío sobre lo que se ve.[i] Curiosamente, además, cuanto más politizado está uno, más tiende a gustarle reconfirmar sus posiciones, para decepción de los defensores de la democracia deliberativa, una suerte de mito que prevé la existencia de un paraíso de ciudadanos muy informados. Resulta que cuanto más informado está el ciudadano o ciudadana, más se polariza, de forma que quienes tienden a ver el debate en su integridad y a comentarlo y a circular opiniones sobre él, suelen ser los ciudadanos más radicales en sus opiniones. Cosas de la condición humana real, no la que dibujan los idealistas de una democracia de personas equilibradas y racionales en el sentido clásico.

En segundo lugar, la evaluación de un debate por parte de la opinión pública es resultado de poderosas corrientes de opinión previas a su celebración. En un debate se confirman, matizan, y muy pocas veces se refutan, narrativas ya fuertemente asentadas en una sociedad. Los contendientes representan papeles ya conocidos, son personajes en un drama más o menos familiar para la ciudadanía. Las grandes sorpresas en algunos debates proceden precisamente de la refutación de narrativas ya existentes, del giro que a veces se produce con respecto a la dirección que hasta entonces habían tomado los acontecimientos. Por ejemplo, Sarah Palin, en el debate más visto de la historia, aquel de los candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos en el que se enfrentó con Joe Biden, dio la sorpresa al presentarse como una mujer más o menos solvente, rompiendo el arquetipo que la identificaba como una gobernadora muy ignorante y poco preparada. Interpretando con desparpajo las fichas que su equipo le había preparado para cada una de las intervenciones, memorizándolas sin salir del guion establecido cada uno de los textos, Palin estuvo muy por encima de las expectativas bajísimas que los americanos y el resto del mundo tenían sobre ella.[ii] Un debate tiene un resultado determinado en función de las expectativas del público. Otro buen ejemplo lo proporcionaron el primer ministro Brown, en favorito David Cameron y el tercer candidato Clegg, en el primer debate “presidencial” de la historia de Gran Bretaña, en 2010. Puesto que ya existía una desafección muy importante por parte de la población con los dos candidatos de las opciones clásicas del país, los conservadores y los laboristas, una muy buena estrategia del tercero en discordia, que constantemente se ponía al margen de la pelea de los dos favoritos, permitió que el público evaluara la actuación de Clegg como la mejor de las tres. En una situación como la que España tiene en 2011, con una desconfianza abrumadora en los dos grandes partidos, PP y PSOE, si Rosa Díez hubiera tenido la oportunidad de debatir con Rajoy y Rubalcaba, es seguro que habría ganado el debate, sólo por representar una tercera opción distinta de las mayoritarias, mucho más cómoda de representar en ese momento. Por supuesto, por ganar o perder un debate no se ganan o pierden unas elecciones. Clegg no ganó las elecciones como Rosa Díez no habría ganado en España por mucho que hubiera destacado en ese muy improbable encuentro con los dos grandes candidatos.

Las expectativas que la audiencia deposita en los contendientes tienen por tanto una influencia trascendental en la recepción del debate. Por eso los equipos suelen rebajar las expectativas sobre la previsible actuación de su candidato, y elevarlas con respecto a la  actuación del contrario. Suelen exagerar, por ejemplo, el tiempo de preparación del propio candidato, como forma de explicar lo dura que será la batalla y con frecuencia conceden que su contrario es un gran debatiente. Lo hizo incluso Obama con McCain. Lograr que la gente espere mucho de tu contrario es importante si quieres que finalmente obtenga de él o de ella menos de lo esperado.

Y, tercero, el resultado está muy marcado por lo que digan los opinantes en quienes la gente confía. Hoy esa opinión, por primera vez en la historia de los debates electorales, es simultánea. Se produce al mismo tiempo que el propio debate, gracias a Twitter y la cobertura en tiempo real por parte de los medios de comunicación digitales. Hace sólo una década o dos, había que confiar en la opinión de unos pocos expertos, que, además, tardaba un cierto tiempo, quizá unas horas o incluso un día, en llegar al público. Hoy tienes que contar con una pequeña brigada de intervención que apoye a tu candidato, que cante sus éxitos, que desmonte los argumentos del contrario. No es fácil, porque si los miembros de esa brigada (el equivalente cibernético de los coros de la tragedia griega, que cantaban las victorias del héroe), no se lo creen, no estarán suficientemente motivados, y sus opiniones se verán inverosímiles, impostadas. De cualquier forma, si antes bastaba con “calentar la oreja” de una decena de opinantes cualificados, hoy es importante también calentar las pantallas de los blogueros y los seguidores en Twitter.[iii]

El mismo día del debate entre los dos candidatos presidenciales españoles, Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy, publiqué que muy probablemente el debate lo ganaría Rajoy.[iv] No, decía, porque lo hiciera mejor Rajoy, que de hecho lo hizo mucho peor, sino porque todos estos factores que aquí cito conspiraban para hacer a Rajoy ganador del debate, por muy mediocre que fuera su actuación. En efecto: una población alineada mayoritariamente con los conservadores de Rajoy; unas expectativas muy altas con respecto a la capacidad argumentativa de Rubalcaba, que resultaban fáciles de decepcionar en ausencia de una narrativa poderosa; dos personajes ya construidos: el “presidente” Rajoy con el “aspirante resistente” Rubalcaba; un contexto informativo muy favorable para quien sería pocos días después, de forma inevitable, presidente del Gobierno; y un ejército de animados seguidores conservadores que ya se veían ganadores de las elecciones.

No siempre es así; la casuística es inmensa y las circunstancias muy variables, pero ya antes de empezar un debate, con frecuencia sabemos si un candidato tiene o no probabilidades de ganarlo, haga lo que haga delante de las cámaras.

En un recomendable libro sobre liderazgo, el prestigioso politólogo Joseph Nye señala bien la importancia del contexto en el ejercicio político, que tanto afecta también al momento sublime de un debate televisado. Termino con sus propias palabras:

Además de saber discernir tendencias en la complejidad, la inteligencia contextual también supone adaptabilidad para intentar determinar los acontecimientos. Bismark la definió en una ocasión diciendo que era la capacidad de intuir los movimientos de Dios en la historia y agarrarse al borde de su túnica mientras pasa raudo sin detenerse. Un experto en ciencias políticas estadounidense describe el proceso de gobierno diciendo que líderes y empresarios políticos ‘hacen más que presionar, persionar y presionar en favor de sus propuestas o de su concepción de los problemas. También están al acecho de que se presente una oportunidad.’ Como los surfistas, ‘su presteza, combinada con su destreza para subirse a la ola y usar unas fuerzas que escapan a su control, contribuyen al éxito.’ En situaciones no estructuradas suele ser más difícil plantear las preguntas adecuadas que obtener la respuesta correcta. Los líderes con inteligencia contextual tienen la capacidad de ofrecer un significado o de fijar una ruta definiendo el problema al que se enfrenta el grupo. Entienden la tensión entre los diferentes valores que inciden en una cuestión y saben hallar el equilibrio entre lo deseable y lo factible.[v]

 



[i] Sobre los caprichos del cerebro en la percepción de la realidad, y la fuerza de las emociones y los prejuicios, es altamente recomendable el libro del premio Nobel Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio, Debate, 2012.

[ii] El episodio está contado con detalle en El juego del cambio, el magnífico libro de John Heilemann y Mark Halperin, Planeta, 2010.

[iii] Sobre estos paralelismos históricos, sobre la puesta en escena en los debates y en la política en general y sobre los fenómenos de contagio de opiniones puede leerse en mi libro El poder político en escena: Historia, estrategias y liturgias de la comunicación política, RBA, 2012.

[iv] www.luisarroyo.com: “Apuntes sobre el debate de hoy”, 7 de noviembre de 2011.

[v] Joseph Nye, Jr., Las cualidades del líder, Paidós, 2011, pp. 100 y 101.

 

 

La influencia del plankton milenario en el voto a Obama y otras curiosidades de la cartografía electoral

En un interantísimo artículo de Frank Jacobs para la revista Foreign Policy, se recogen varios casos muy curiosos de cartografía electoral. Un mapa con la descripción de las fuerzas políticas que ganan sobre el territorio puede contener una historia verosímil sobre lo que pasa en el país. Un mapa puede incluso demostrar que la agricultura ancestral de un territorio puede ser causa remota de la victoria de un candidato. Si ese candidato es negro, y, como tal, icono de los lejanos descendientes de los antiguos esclavos africanos forzados como mano de obra en las plantaciones, entonces la historia adquiere aún más credibilidad.

1. Obama gana en la franja algodonera:

Sí: esa franja azul que señala los lugares en los que Obama ganó frente a McCain en 2008, y que en las elecciones de ayer se mantiente casi inalterada, señala los condados de Misisipi, Alabama, Georgia, Carolina del Sur y Virginia en los que había tan pronto como en 1860 una notable población negra trabajando en los campos de algodón. Esos trabajadores dejaron allí a sus descendientes por generaciones. Y sus descendientes han votado abrumadoramente por Obama. Aunque en el estado el presidente no haya ganado, sin embargo si le han apoyado sus poblaciones negras. El hecho de que hubiera algodón en esas zonas se produce porque hace más o menos un millón de años, en la Era Cretácica, esas zonas eran costa en la que se depositaba plankton que luego permitió que el algodón creciera.

 

2. Las dos ucranias, la del Este y la del Oeste:

Adivinemos cuál de las dos áreas es más favorable a Rusia y cuál más cercana a Europa. Claro: Viktor Yushchenko, que ganó en 2004 en el Oeste, defendía la opción más favorable a integrarse en la Unión Europea. La frontera está claramente marcada por las zonas más industrializadas del país y más nacionalistas. El otro Viktor, Yanukovych, ganaba en las zonas más rurales, más cercanas a Rusia y con una vieja minoría rusa bastante numerosa:

 

3. Las dos polonias:

Esa frontera que se ve en el mapa de Polonia cuando se cruzan los resultados del partido PO (más progresista), frente a los del PiS (más populista y conservador), no tienen una explicación muy convincente. A menos que uno observe que tal frontera es casi idéntica a la que existía entre el Imperio Germánico y el Imperio Ruso.  Aunque esas fronteras desaparecieron hace décadas y la Guerra cambió mucho la configuración étnica de las poblaciones, se mantiene sin embargo a la hora de votar por unas opciones u otras. Una hopótesis es que los naranjas del Oeste, obligados a dejar sus casas en el Este, fueran menos tradicionales, estuvieran menos ligados a su tierra, se sintieran más emprendedores, y por eso optan hoy por opciones más progresistas. Puede ser también que el desarrollo de la infraestructua en esas zonas haya favorecido el desarrollo de una sociedad y un pensamiento más modernos y más progresistas en esas zonas, en comparación con las zonas azules, más rurales.

 

4. Y las dos francias:

En 2007, Ségolène Royale sólo ganó en el Suroeste de Francia. Sarkozy se llevó el resto, con la excepción del departamento del tercer candidato, Bayrou. La explicación, de nuevo, está en la vieja historia, aunque esta vez más sociológica. Allí tuvo origen no solo la Revolución Francesa, sino mucho antes la opresión de los hugonotes, motivo por el que se desarrolló un fuerte sentimiento anticlerical y antimonárquico, que podría ser la base de la actual tendencia más progresista y filosocialista de esa zona roja.

 

El discurso de victoria de Obama en español: una historia detrás de otra con efecto épico

Esta noche,  más de 200 años después de que la que fuera colonia ganara el derecho a determinar su propio destino, la tarea de perfeccionar nuestra Unión se mueve hacia adelante.

Avanza gracias a vosotros. Se mueve hacia adelante porque reafirmásteis el espíritu que ha triunfado sobre la guerra y la depresión. El espíritu que ha levantado este país desde el abismo de la desesperación a las alturas de esperanza.

La creencia de que mientras cada uno de nosotros persiga su propio sueño individual, somos una familia americana y nos levantamos o caemos juntos, como una sola nación y como un solo pueblo.

Esta noche en esta elección, vosotros, el pueblo americano, nos recordáis que mientras el camino fue duro, mientras el viaje era largo, fuimos capaces de levantarnos por nosotros mismos; econtramos el camino. Sabemos de corazón que, en Estados Unidos, lo mejor está aún por venir.

Quiero dar las gracias a todos los estadounidenses que participaron en esta elección. A quien votó por primera vez. A quien tuvo que esperar largo tiempo en una cola (por cierto, tenemos que arreglarlo). A quien pateó las calles. A quien usó su teléfono. A quien esgrimiera una pancarta de Obama o una pancarta de Romney. Hicísteis que vuestra voz se oyera. Y lográsteis la diferencia.

Acabo de colgar el teléfono con el Gobernador Romney y le he felicitado a él y a Paul Ryan por esta campaña dura. Hemos peleado con fiereza, pero ha sido porque amamos profundamente a este país. Y nos preocupa mucho su futuro. George, Lenore, su hijo Mitt, la familia Romney … ha elegido entregarse a los americanos por medio de su servicio público. Esa es una herencia a la que hacemos honor y que esta noche aplaudimos. En las próximas semanas, espero también poder sentarme con el Gobernador Romney y hablar de cómo podemos trabajar juntos para que este país avance.

Quiero darle las gracias a mi amigo y compañero de los últimos cuatro años, ese luchador feliz de Estados Unidos, el mejor vicepresidente que nadie nunca podría desear: Joe Biden.

Y yo no sería el hombre que soy hoy día sin la mujer que decidió casarse conmigo hace veinte años. Permitidme que lo diga públicamente: Michelle, nunca te he querido tanto. Nunca he estado más orgulloso  que cuando he visto al resto de América enamorarse de ti como primera dama de nuestra nación.

Sasha y Malia: ante nuestros ojos estáis creciendo para convertiros en dos fuertes, inteligentes y guapas jóvenes, igual que vuestra madre. Y me siento muy orgulloso de vosotras. Pero tengo que deciros que por ahora un perro es suficiente…

El mejor equipo de campaña y de voluntarios en la historia de la política. El mejor. El mejor de la historia. Algunos de vosotros estáis por aquí. Algunos erais nuevos, y otros habéis estado a mi lado desde el principio. Pero todos sois una familia. No importa qué hagáis ahora o dónde vayáis. Llevaréis en vuestra memoria la historia que hicimos juntos y tendréis por siempre el afecto de un presidente agradecido. Gracias por creer durante todo el viaje, en cada colina, en cada valle. Me levantásteis en el camino y siempre os estaré agradecido por todo lo que habéis hecho y el increíble trabajo que habéis aportado.

Sé que una campaña electoral puede parecer pequeña, incluso tonta, y que proporciona buen alimento a los desconfiados que creen que la política no es más que un concurso de egos y el dominio de los intereses privados. Pero si alguna vez tenéis la ocasión de hablar con la gente que aparece en los mítines, o que va a un gimnasio atestado en un instituto, o veis a unos tipos trabajando hasta tarde en una oficina de campaña en un pequeño condado lejos de casa, descubriréis algo más: escucharéis la determinación en la voz de un movilizador social que se abre camino hacia la Universidad y quiere garantizar que todos los niños tienen las mismas oportunidades. Escucharéis el orgullo en la voz de un voluntario que va de puerta en puerta porque por fin contrataron a su hermano después de que la fábrica de automóviles local restructurara de nuevo su plantilla. Escucharéis el profundo patriotismo en la voz de la esposa de un militar que trabaja por la noche al teléfono para garantizar que nadie en este país tiene que luchar por un trabajo o un techo bajo el que cobijarse.

Por eso hacemos esto. Eso es lo que puede ser la política. Por eso las elecciones importan. No es algo pequeño; es grande. Es importante. La democracia en una nación de 300 millones puede ser ruidosa y desordenada y complicada. Cada cual tiene sus propias opiniones, cada cual mantiene creencias profundas. Y cuando pasamos por momentos difíciles; cuando tomamos grandes decisiones como país… eso necesariamente despierta pasiones, provoca controversia. Eso no va cambiar tras esta noche y no debería cambiar. Esas diferencias que tenemos son una marca de nuestra libertad. No podemos olvidar nunca que en este mismo momento personas en países distantes están arriesgando sus vidas sólo para tener la oportunidad de discutir sobre los temas que importan; la oportunidad de emitir su voto, como hicimos nosotros hoy.

Pero a pesar de todas nuestras diferencias, la mayoría de nosotros comparte ciertas esperanzas para el futuro de América.

Queremos que nuestros hijos crezcan en un país donde tengan acceso a las mejores escuelas y los mejores maestros.

Un país que hace honor a su legado como el líder mundial en tecnología y el descubrimiento y la innovación; con lo que eso supone para la calidad del empleo y los negocios. Para vivier en una América que no está agobiada por su deuda; que no está debilitada por la desigualdad; que no tiene la amenaza del poder destructivo del calentamiento del planeta.

Queremos dejar un país que sea seguro y respetado y admirado en el mundo. Una nación que sea defendida por el ejército más fuerte de la Tierra y el mejor que el mundo haya conocido. Pero también un país que avanza con confianza más allá de este tiempo de guerra, para construir la paz. Que se asienta sobre la promesa de la dignidad de cada ser humano.

Creemos en una América generosa, en una América compasiva, en una América tolerante, abierta a los sueños de una hija de inmigrantes que estudia en nuestras escuelas y honra nuestra bandera.

El joven en el sur de Chicago, que ve una luz al volver la esquina. El hijo del trabajador del mueble en Carolina del Norte, que quiere llegar a ser un ingeniero o un científico o un empresario o un diplomático, o incluso un presidente. Ese es el futuro que esperamos. Esa es la visión que compartimos. Ese es el lugar al que tenemos que ir. Hacia adelante. Ese es el lugar al que tenemos que ir.

Discreparemos a veces ferozmente sobre el camino a seguir. Como ha sucedido a lo largo de dos siglos, el progreso llegará con altibajos: no siempre es una línea recta o un camino fácil. Por sí solo el reconocimiento de nuestros sueños y esperanzas comunes no evitará el estancamiento. No resolverá todos nuestros problemas o sustituirá el duro trabajo de construir el consenso. Tenemos que empezar por lograr esos difíciles compromisos necesarios para mover el país hacia adelante.

Nuestra economía se está recuperando. Está terminando nuestra década de guerra. Una larga campaña termina ahora. Y tanto si me gané vuestro voto como si no lo hice, os he escuchado. He aprendido de vosotros y me habéis hecho un mejor presidente. Con vuestras historias y vuestras luchas, regreso a la Casa Blanca más determinado y más inspirado que nunca sobre el trabajo que queda por hacer y el futuro que tenemos por delante. Esta noche habéis votado por la acción; no por la política de siempre. Nos habéis elegido para que nos centremos en vuestro trabajo, no en el nuestro.

Y en las próximas semanas y meses, espero encontrarme y trabajar con los líderes de ambos partidos para enfrentar los desafíos que sólo podemos resolver juntos: reducir nuestro déficit, reformar nuestra fiscalidad, arreglar nuestro sistema de inmigración, liberarnos del petróleo extranjero… Tenemos trabajo de sobra por hacer.

Pero eso no significa que vuestro trabajo ya esté hecho. El papel del ciudadano en nuestra democracia no termina con vuestro voto. América nunca ha sido fruto de lo que se podía hacer por nosotros; es fruto de lo que nosotros podemos hacer, juntos, a través de la dura y frustrante pero necesaria labor de autogobierno. Este es el principio que nos vio nacer.

Este país tiene más riqueza que cualquier nación, pero eso no es lo que nos hace ricos. Tenemos el ejército más poderoso de la historia, pero eso no es lo que nos hace fuertes. Nuestra Universidad, nuestra cultura, son la envidia del mundo, pero eso no es lo que hace que el mundo se acerque a nosotros.

Lo que hace que América sea excepcional son los lazos que unen a la nación más diversa del planeta; la creencia de que nuestro destino es compartido; que este país sólo funciona cuando aceptamos ciertas obligaciones de los unos con los otros y con las futuras generaciones. De manera que la libertad por la que tantos estadounidenses han luchado y por la que murieron llega con responsabilidades así como con derechos, y entre ellos están el amor, y la caridad, y el deber y el patriotismo. Eso es lo que hace grande a América.

Esta noche tengo esperanza porque he visto ese espíritu en América. Lo he visto en el negocio familiar cuyos propietarios prefieren bajar su beneficio antes que despedir a sus propios vecinos. Y en los trabajadores que prefieren recortar sus horas de trabajo antes de ver que un amigo pierde su empleo.

Lo he visto en los soldados que vuelven a alistarse tras perder un brazo o una pierna, y en esos miembros de las fuerzas especiales del ejército que suben las escaleras en la oscuridad y en el peligro porque saben que tienen detrás a un colega vigilando sus espaldas.

Lo he visto en las costas de Nueva Jersey y Nueva York, donde los líderes de cada partido y cada nivel de Gobierno han apartado sus diferencias para ayudar a una comunidad a reconstruir sobre los restos de una terrible tormenta.

Y lo vi el otro día, en Mentor, Ohio, donde un padre contaba la historia de su hija de ocho años, que casi pierde la vida en su batalla contra la leucemia, si no hubiera sido por la reforma de la sanidad aprobada meses antes. La compañía de seguros estaba a punto de dejar de pagar por su cuidado. Tuve la oportunidad de hablar no solo con el padre, sino también con  su increíble hija. Cuando él le habló a la multitud que escuchaba la historia de aquel padre, todos los padres tenían lágrimas en los ojos, porque sabíamos que esa niña podría ser nuestra propia hija. Y sé que cada estadounidense quiere que su futuro sea así de brillante. Así es como somos. Ese es el país que me siento tan orgulloso de dirigir como presidente.

Esta noche, a pesar de todas las dificultades que hemos atravesado; a pesar de todas las frustraciones de Washington, nunca he tenido más esperanzas sobre nuestro futuro. Y os pido que mantengamos esa esperanza. No estoy hablando de un optimismo ciego, de la esperanza que simplemente ignora la tarea enorme o los obstáculos que bloquean nuestro camino. No estoy hablando del idealismo iluso que nos invita simplemente a sentarnos a un lado o eludir la lucha.

Siempre he creído que la esperanza es esa cosa persistente dentro de nosotros que insiste, a pesar de todas las pruebas en contrario, en que algo mejor nos espera. Para que tengamos el coraje de seguir trabajando, de seguir luchando.

América, creo que podemos construir sobre los progresos que ya hemos hecho y seguir luchando por nuevos empleos y nuevas oportunidades y nueva seguridad para la clase media. Creo que podemos mantener la promesa de nuestros fundadores. La idea de que si estás dispuesto a trabajar duro, podrás lograrlo. No importa quién seas o de dónde vengas, o lo que parezcas o lo que ames; no importa si eres negro o blanco o hispano o asiático, o nativo americano, o joven o viejo, o rico o pobre, capaz, discapacitado, gay o hetero. Podrás hacerlo.

Creo que podemos aprovechar ese futuro juntos. Porque no estamos tan divididos como nuestra política sugiere. No desconfiamos tanto como creen nuestros expertos. Somos más grandes que la suma de nuestras ambiciones individuales. Permanecemos como algo que es más que una suma de estados rojos y estados azules. Somos y por siempre seremos los Estados Unidos de América.

Con vuestra ayuda y la gracia de Dios, vamos a continuar nuestro viaje hacia adelante. Y a recordar al mundo por qué vivimos en la nación más grande de la Tierra.

Gracias, América. Que Dios os bendiga. Que Dios bendiga a Estados Unidos.

El poder en un apretón de manos

Observar a alguien acercarse a otro y darle la mano genera en el observador una inmediata activación de la red neuronal relacionada con las sensaciones de gusto, confianza y atractivo. Así que cuando vemos a un político o una mujer de negocios acercarse con buen ánimo y extendiendo generosamente su mano, eso gusta al observador.

Por si había dudas, se acaba de publicar una investigación de las que proliferan últimamente, que utiliza Resonancia Magnética para ver qué partes del cerebro se activan observando esa simple interacción humana. Y así es: la actitud de acercamiento y de buena voluntad que se expresa en Occidente con un apretón de manos, genera esas buenas «vibraciones» en el público. El estudio ha sido publicado por los profesores Dolcos, Sung, Argo, Flor-Henry y Dolcos, en la Journal of Cognitive Neuroscience, con el título «The Power of a Handshake: Neural Correlates of Evaluative Judgments in Observed Social Interactions.»

Por lo demás, según afirman los especialistas en comunicación no verbal, es óptimo para mostrar liderazgo el apretón de manos de quien atrae para sí, hacia su espacio, a su interlocutor, y el de quien, además, enfatiza tal acercamiento con su mano izquierda, quizá tocando la parte superior del brazo de su interlocutor, o incluso su hombro. En otras palabras, de quien en la interacción se muestra más dominante. Por eso suele tener ventaja quien se sitúa en el lado derecho, porque atrae para sí, frente a las cámaras, a su interlocutor, que se ve obligado a extender su brazo.

 

 

A propósito de Sandy: cómo afectan los desastres del clima a los candidatos

En estos días, que reciben al huracán Sandy en la Costa Este de Estados Unidos, la gente se pregunta cómo afectará eso a las elecciones presidenciales, para las que queda tan solo una semana (por ejemplo, aquí, en este artículo del experto Howard Kurtz). Con ciudades tan relevantes como Nueva York cerradas y fantasmales a la espera de la «tormenta perfecta» que amenaza con destrozar lo que se le ponga por delante, la pregunta no es trivial. Si Obama desempeña bien su papel de «comandante en jefe» en un país en estado de emergencia, movilizando bien los recursos federales, es posible que el acontecimiento «le beneficie», si se permite la frivolidad. Si cometiera el improbable error de comportarse como Bush durante el Katrina, el resultado podría ser desastroso.

Más allá del papel que juega cada candidato como líder de su país en potencia, lo cierto es que si, como se espera, millones de personas se quedan sin electricicidad, y por tanto sin televisión, eso significará que muchos no podrán ver los millones de pases de publicidad que tanto los republicanos como los demócratas habían reservado para estos últimos días. Algunos sienten que el perdjudicado sería en ese sentido Obama, porque probablemente el huracán deje a muchas familias con pocos recursos, y votantes típicamente demócratas, sin muchas ganas de hablar de política y de votar el primer martes de noviembre.

Un artículo interesante que valora de forma breve esas posibilidades puede encontrarse en The Monkey Cage. Y un artículo académico muy revelador (Gasper y Reeves, 2011, «Making it rain? Retrospection and the attentive electorate in the context of natural disasters»), analiza cómo los desastres climatológicos han afectado al voto por los candidatos a gobernadores y presidentes en las últimas décadas, desde los 70. El estudio afirma que, en efecto, cuando los presidentes o los gobernadores declaran el estado de emergencia y se ponen de forma clara y visual a organizar la atención tras el desastre, tienen incrementos en el voto. Y que si el gobernador pide ayuda a las autoridades federales y no se le presta, entonces lo paga el presidente y lo gana el gobernador. El efecto de rally o de cierre de filas, muy conocido y tratado en estas páginas con cierta frecuencia, se produce también en estos casos.

Escrupulosos conservadores, abandonados progresistas

Está bien: el título suena demasiado contundente, exagerado. Pero dibuja bien las líneas de lo que sucede. Los conservadores son más sensibles a la repugnancia. No solo eso: cuanto más conservador se es, más sensibilidad hacia la repugnancia.

La escala de Sensibilidad a la Repugnancia («Disgust Sensitivity») es una interesante escala que mide en forma de cuestionario autoadministrado en qué medida uno o una es sensible ante la contaminación. Se ha observado que tal sensibilidad tiene una ancestral relación con posiciones morales y políticas como la actitud hacia la inmigración, la homofobia, el racismo, la religiosidad, etc.

Pues bien, hay varios estudios que demuestran que, en efecto, cuanto más progresista se es, se es también menos sensible hacia la repugnancia. Y que la sensibilidad aumenta con el conservadurismo. Esto, curiosamente, pasa en todo el mundo.

Alguien podría decir que los progresistas son menos escrupulosos que los conservadores porque son más jóvenes, o menos educados, o más «pobres»… Pero no: cuando se controlan esas variables sociodemográficas, la relación sigue existiendo.

Los resultados de estas investigaciones (aquí puedes ver un artículo académico con una buena revisión y con dos estudios recientes), están en línea con el evolucionismo cultural, y la temida y denostada sociobiología, que propone que la ideología es un constructo cultural que sirve – no solo, pero también – para mejorar las condiciones en que la especie humana, y dentro de ella sus distintos grupos, sobreviven compitiendo con otras especies y, particularmente, evitando la contaminación de agentes patógenos. A partir de ese principio tan básico, tan animal, tan primario, vendrían a desarrollarse resistencias culturales (sociales, religiosas y también políticas) a lo distinto, a lo que es genéticamente extraño, al extranjero, al diverso, al extraño.

Por supuesto, afortunadamente en el otro lado está el desarrollo cultural (social, religioso y político también) del mestizaje, la aceptación de la diferencia, la integración y la tolerancia, que también prepara al ser humano para una mejor evolución.

En fin, mucha tela para contar en un simple post… pero una interesantísima hipótesis que está encontrado más y más validación en los últimos años.

Por lo graciosa que resulta, aquí está la escala de Sensibiliad a la Repugnancia, en español:

1. Me molesta ver a alguien en un restaurante comiendo con las manos “comida grasienta”. Verdadero o Falso

2. Ver una cucaracha en la casa de otra persona no me molesta. V F

3. Me molesta oír a alguien carraspear con la garganta llena de moco. V F

4. Creo que es inmoral que las personas busquen placer sexual con animales. V F

5. Me molestaría estar en una clase de ciencias y ver una mano humana conservada en un frasco. V F

6. Me desviaría de mi camino para evitar atravesar un cementerio. V F

7. Nunca dejo que ninguna parte de mi cuerpo toque la taza del váter en lavabos públicos. V F

8. Aunque tuviera hambre, no me tomaría un plato de mi sopa preferida si la hubieran removido con un matamoscas usado, aunque lo hubieran limpiado a fondo. V F

9. Estaría dispuesto a probar la carne de mono bajo ciertas circunstancias. V F

10. Me molestaría que una rata se cruzara en mi camino en un parque. V F

11. Si veo a alguien vomitando, se me revuelve el estómago. V F

12. Creo que las actividades homosexuales son inmorales. V F

13. No me molestaría en absoluto ver a una persona con un ojo de cristal sacárselo de la cuenca. V F

14. Me molestaría muchísimo tocar un cadáver. V F

15. Probablemente no iría a mi restaurante favorito si supiera que el cocinero está resfriado. V F

16. Me molestaría dormir en una agradable habitación de hotel si supiera que un hombre había muerto de un ataque al corazón en ella la noche anterior. V F

Por favor, valore (0,1 o 2) hasta qué punto le provocan asco las siguientes experiencias:

0= Ningún asco. 1= Un poco de asco. 2= Mucho asco. Si alguna situación le resulta desagradable o molesta, pero no le causa asco, marque “0”.

17. Ver que alguien se pone salsa de tomate en un helado de vainilla y se lo come. ______

18. Ver gusanos encima de un trozo de carne en un contenedor de basura. ______

19. Caminar por un túnel debajo de la vía del tren y oler a orina. ______

20. Oír hablar de un hombre de 30 años que busca relaciones sexuales con mujeres de 80. ______

21. Ver que alguien se clava por accidente un anzuelo de pescar en el dedo. ______

22. Recoger del suelo el gato muerto de una amigo/a con las manos desnudas. ______

23. Tomar un sorbo de un refresco y darse cuenta de que ha bebido del vaso en el que había estado bebiendo un conocido. ______

24. Que un amigo le ofrezca un trozo de chocolate con forma de excremento de perro. ______

25. Estar a punto de beber un vaso de leche y darse cuenta de que está pasada. ______

26. Estar caminando descalzo sobre el pavimento y pisar un gusano. ______

27. Ver el excremento de alguien que no ha tirado de la cadena en un lavabo público. ______

28. Oír hablar de una mujer adulta que tiene relaciones sexuales con su padre. ______

29. Ver a un hombre con los intestinos expuestos después de un accidente. ______

30. Tocar accidentalmente las cenizas de una persona que ha sido incinerada. ______

31. Descubrir que un amigo se cambia de ropa interior sólo una vez por semana. ______

32. Tener que inflar un preservativo nuevo, sin lubricar, como parte de una clase de educación sexual. ______

Esperanza contra la Romnesia: Obama como en el Club de la Comedia

Obama se crece en este fragmento de un mitin con universitarios en Virginia el pasado viernes 19. En un momento dado acuña el término «Romnesia» para referirse a los olvidos de Romney. En el teleprompter leer con extraordinaria naturalidad el texto explicando los síntomas de la enfermedad. Con buenísimo sentido del humor. Con irónica acidez. Con repeticiones que hacen que el pasaje sea rítmico y atractivo. Jugando con una audiencia entregada. Esta es la traducción de esa parte del discurso, que ha generado cobertura analógica y digital en todo el país, extendiendo un meme muy contagioso: «Romnesia»:

Ahora que quedan 18 días para la elección, el señor «claramente conservador» (risas) quiere que creáis que estaba claramente bromeando cuando dijo todo lo que dijo en el último año (risas). Nos dijo que era el candidato ideal para el Tea Party. Ahora de pronto nos dice: «Â¿Quién? ¿Yo?» Se le olvidan sus propias opiniones y quiere que a vosotros también se os olviden.
Está cambiando y retrocediendo y omitiendo tanto (risas) que de alguna manera tenemos que llamar a ese trance por el que está pasando. Creo que se llama «Romnesia» (risas y aplausos). Así se llama. Eso es lo que creo que tiene.
No soy médico, pero sí quiero revisar algunos de los síntomas con vosotros, porque quiero asegurarme de que nadie más se contagia (risas y aplausos).
Si dices que estás a favor de igual salario para igual trabajo, pero sigues sin decir si firmarías una ley que garantizara igual salario por igual trabajo… puede que tengas Romnesia (risas y aplausos).
Si dices que una mujer debería tener acceso a tratamientos anticonceptivos, pero apoyas una ley que permite a tu empleador denegarte ese derecho… puede que tengas Romnesia (aplausos).
Si dices que proteges el derecho de una mujer a elegir, pero en un debate de primarias te plantas y dices que estarías encantado de firmar una ley que derogara ese derecho a elegir en todos los casos… Definitivamente tienes Romnesia (aplausos).
Y esto se aplica a otros ámbitos. Si dijiste a principios de año que vas a bajar los impuestos al uno por ciento de arriba y en un debate dices que no sabes nada sobre bajadas de impuestos a los ricos… Tienes que coger un termómetro, mirarte la fiebre, porque probablemente tengas Romnesia (aplausos).
Si dices que eres un campeón del sector del carbón cuando, mientras eras gobernador, ante una planta de carbón dijiste «esta planta va a mataros»Â (risas)…Eso es Romnesia (aplausos).
Creo que ya somos capaces, ya empezáis a ser capaces, de identificar los síntomas. Y si resulta que tienes un caso de Romnesia y parece que no puedes recordar las políticas que aún están en tu web (risas) o las promesas que has hecho en los últimos seis años en que has estado compitiendo por la presidencia, aquí vienen las buenas noticias: ¡Obamacare [el nombre que se da a la reforma de la Sanidad aprobado por Obama] cubre tus enfermedades con efecto retroactivo (risas y aplausos)! ¡Te podemos curar. Tenemos cura. Podemos curarte, Virginia (aplausos) Es una enfermedad con cura (risas)!
Mujeres, hombres – todos vosotros -, estos son asuntos de familia. Estos son asuntos económicos. Quiero que mis hijas tengan las mismas oportunidades que los hijos de cualquiera. Creo que América va mejor – la economía crece más, creamos más empleo – cuando todo el mundo participa, cuando todo el mundo tiene una oportunidad, cuando todo el mundo recibe con justicia, cuando todo el mundo juega bajo las mismas reglas. Por eso me presento a un segundo mandato como presidente de Estados Unidos (aplauso). Necesito que me ayudéis a terminar el trabajo (aplauso).

 

Aquí tienes el vídeo del mítin completo y su texto en inglés.

Fantasmas de la Historia en las calles de hoy

Personajes de la II Guerra Mundial, soldados, tanques, ciudadanos corrientes empobrecidos o victoriosos, prisioneros de los campos de concentración… Posan o son sorprendidos hoy en los mismos sitios que habitaron y recorrieron en vida… El resultado del montaje de las fotos antiguas con las actuales resulta sorprendente y sobrecogedor.

Es el trabajo de la consultora histórica holandesa Jo Hedwig Teeuwise, que comenzó su colección en 2007 en Amsterdam, ciudad en la que vive. La autora considera, según cuenta a The Atlantic, que el trabajo mecánico no es difícil, porque lo hace todo el software, pero que lo difícil es decir qué dejas de lo antiguo y de lo nuevo en la combinación, para que la foto «cuente una historia.»Â Objetivo cumplido:

Puede verse una amplia colección del resultado en Flickr.

 

Ghosts of history; The minister and the worker

Ghosts of war - Germany; out of action

Por mucho que se diga lo contrario, importa más lo que se dice que cómo se dice

Las notas de Biden durante del debate vicepresidencial de 2012, en foto de AP

Echando un simple vistazo a estos hiperexpresivos flashes de imágenes de Biden y Ryan en el debate vicepresidencial, cualquiera podría decir, aunque viniera de Marte, quién de los dos ganó la batalla. Aunque no lleven audio, las imágenes dejan ver a un Biden dominante, como diciendo: «No puedo creer lo que está diciendo este tipo…» y a un Ryan en pose de alumno que traga saliva ante el maestro que le da lecciones. Parece que Biden llevaba bien interiorizada, quizá, la primera anotación en su papel: «Sin pedir perdón»: así de duro resultó frente al neófito Ryan.  

Las imágenes podrían reforzar el mito extendido y falaz del 55/38/7: que el 55 por ciento de lo percibido por la audiencia depende del lenguaje no verbal, el 38 por ciento del tono del orador u oradora, y sólo el 7 por ciento del mensaje. Esos datos, repetidos hasta la saciedad en infinidad de documentos y seminarios, proceden del antiguo libro de Albert Mehrabian (Silent Messages, 1971), que luego el mismo, ante la expansión sin fin del mito, tuvo que recontextualizar.

No, no es verdad: lo que se dice es más importante que cómo se dice, aunque obviamente pueda haber muchos casos en los que la forma de decir sea tan incoherente con el contenido que éste resulte increíble. Un estudio relativamente reciente («Is There a Visual Dominance in Political Communication? How Verbal, Visual, and Vocal Communication Shape Viewers’ Impressions of Political Candidates»), lo demostró con un experimento a partir del debate presidencial entre Gerhard Schroeder y Angela Merkel en 2005. Los investigadores contaron con 72 voluntarios que vieron y calificaron cada tramo del debate mediante medidores manuales de gusto y disgusto. El resultado fue que lo que decían los candidatos era mucho más importante que su lenguaje corporal o la entonacion. Los momentos en que cada uno de ellos gustaba más coincidían con aquellos en que interpretaban su propio guión. El presidente Schroeder cuando hablaba de sus éxitos de Gobierno, y Merkel cuando hablaba de los fracasos del socialdemócrata.

Eso no quiere decir que el tono y el gestual no tuvieran importancia: sí ejercían una influencia en la percepción del público, pero menor que el contenido verbal. Por ejemplo, Angela Merkel resultaba más eficaz cuando hablaba en una frecuencia algo más alta de lo normal.

Anexo 1: Un interesante análisis del gestual habitual de Romney y Obama en el New York Times.

Anexo 2: Un paper que revisa la literatura sobre la dimensión vertical (de dominación) en el lenguaje no verbal, en relación con el comportaniento no verbal, y que viene a expresar lo difícil de su medición: «Nonverbal Behavior and the Vertical Dimension of Social Relations: A Meta-Analysis (2005)»

El error 82 de Los cien errores en la comunicación de las organizaciones es, precisamente, «Creer que la imagen vale más que el mensaje.

Cómo se fijan las condiciones de un debate

El martes Obama le pegó un buen repasito a Romney. Y Romney no se lo puso fácil. En el formato convenido, llamado de «town hall,» en el que los candidatos dialogan con un grupo de votantes «indecisos,» se hacía posible interrumpir, levantarse, sentarse, etc. La pantalla dividida en la que mientras uno habla puede observarse el gesto del adversario, ayudaba también a que se viera el contraste entre los dos…

A pesar de la apariciencia de espontaneidad, nada se deja al azar. Las condiciones de celebración de ese debate, del anterior y del último que vendrá (sobre política exterior, un ámbito que favorece claramente a Obama), están previamente firmadas por los representantes de los candidatos. En el mismo documento se fijan también las condiciones del otro gran debate, el vicepresidencial, que ya vimos para gloria de Biden y desgracia de Paul Ryan.

Aquí puedes ver el documento en el que se acuerdan las condiciones para esos tres debates entre los candidatos a la presidencia. Y aquí dejo sus puntos principales, que pueden servir como lista de control para la celebración de cualquier debate televisado entre candidatos a la presidencia, en cualquier parte del mundo.

1. Número de debates, lugar, fechas, duración y temas:

Al fijar esos cuatro puntos – cuántos debates, cuándo,  por cuánto tiempo y sobre qué – a la vez el documento prohíbe que los candidatos concedan otros debates o favorezcan otras comparecencias en las que se vea a ambos juntos. Es decir: habrá, por ejemplo, tres, y no más. Y ninguno de los candidatos podrá desafiar al otro a más. Esto es importante, porque si no puede suceder lo habitual: que los candidatos estén en manos de cualquier medio que plantee el debate en cualquier momento, o que se vean enzarzados en un constante desafío durante la precampaña o la campaña.

2. Moderadores y patrocinio:

Es la Comisión de Debates Presidenciales la que desde hace décadas se encarga de proponer las condiciones y quien patrocina su celebración. Se trata de una organización no partidista, supuestamente independiente, aunque su neutralidad ha sido cuestionada en esta campaña por los progresistas, que afirman que está demasiado influida por los «grandes intereses» corporativos y políticos, que supuestamente favorecen a los republicanos. En el documento se propone el nombre de los moderadores. El hecho de que en España la Academia de la Televisión esté liderando la celebración de los debates es un hito importante, porque a partir de ahí ni los partidos ni los medios tienen ya la capacidad única de decidir.

3. Formatos:

Cara a cara con único moderador, formato «town hall» con preguntas que son leídas previo filtro por supuestos ciudadanos indecisos, cara a cara con presencia de periodistas… Los formatos posibles son varios y en el documento se definen. Un aspecto fundamental, porque hay candidatos (como Obama, Clinton o Sarkozy o Zapatero), que dan mejor con gente corriente.

4. Ni papeles ni documentación ni ipads ni gráficos.

Una peculiaridad de los debates en EE.UU. que no solemos ver en otras partes del mundo. Los candidatos en esta campaña no pueden llevar nada encima. Nada, excepto papel blanco y bolígrafo para tomar notas.  Interesante.

5. No se permite referencia alguna a nadie, con excepción de los familiares.

Los candidatos no pueden referirse ni señalar a nadie presente en el estudio. Excepto a su familia, como hizo Obama con Michelle (a cuenta de su aniversario de boda) en el primer debate.

6. Los candidatos no pueden lanzarse preguntas entre ellos ni solicitarse mutuamente nada.

Se entiende que las preguntas pueden ser herramientas peligrosas y malignas, y se prohíben. Supongamos que se permitieran y el candidato preguntara: «Le pido, señor gobernador, que me diga cuál fue el presupuesto en Educación del año pasado. Y el presupuesto militar… Y la capital de Mozambique… y el número de votaciones que ustedes votaron contra MediCare…» Sería letal, claro.

El moderador, se establece, no puede llamar a los candidatos a responder a la pregunta, y no hay repreguntas. Una importante limitación que facilita que los candidatos pivoten desde una pregunta específica a un mensaje que les parece eficaz.

7. Tratamiento.

Gobernador Romney o gobernador; y presidente Obama o presidente. Así es como el moderador puede referirse a cada uno de ellos. En Francia hemos visto como Mitterrand se hacía llamar «señor presidente» y hacía de eso un asunto durante un debate televisado.

8. Tiempo.

El moderador se encarga de tasar los tiempos con cronómetro, sin las limitaciones y corsés de otros lugares  como España. Pero al final el tiempo tiene que ser equilibrado para los dos. Aquí en España en el debate entre Rajoy y Rubalcaba se dijo que se contó con árbitros de baloncesto para la medición del tiempo. Se fija en el documento si hay o no apertura (en esta ocasión se fija que no) y cómo ha de ser el cierre. También quién empieza y quién termina, que se deja a un sorteo con moneda.

9. Condiciones en el escenario.

De pie con atril en el primero, sentados en el segundo… Se fija cómo estarán los candidatos situados en el escenario. Recordemos el debate entre González y Aznar en 1993. Aznar no quería debatir de pie y el PP exigió que estuvieran sentados. González se lo echó en cara durante el debate. Obviamente, son los candidatos altos quienes prefieren debatir de pie.

A partir de ahí, todos los detalles: longitud de los atriles, distribución de las mesas, colores de la trasera de los candidatos y del escenario en su conjunto, posición de los contendientes (elegida por sorteo), entrada en plató (simultánea) y saludo (directo y cada cual a su sitio).

10. Cámaras y público.

Se debe fijar cuánta gente (en este caso dos personas) pueden acompañar dentro del lugar al candidato; se suele fijar que, de haber público o audiencia, la gente no puede aplaudir, ni hablar ni murmurar. Se fijará si hay o no realizadores de los candidatos que supervisan el trabajo de los realizadores del anfitrión (en este caso no se permiten); si se pueden tomar imágenes del adversario mientras uno de los candidatos habla (en este caso sí, pero en pantalla dividida en dos: mostrando a los dos candidatos a la vez); etc. etc.